Que Nubia Muñoz (Cali, 1940) haya sido galardonada con el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Cooperación al desarrollo es culpa de su exceso de sentimentalismo. La razón por la que esta mujer -que rechaza con humildad cualquier exceso de protagonismo- se dedicó a la epidemiología no es otra que la lástima que le daban los pacientes que empezó a ver en el cuarto curso de la carrera de Medicina. “Cuando se morían, me deprimía”, comenta en entrevista con EL ESPAÑOL con motivo de su viaje a Madrid para recoger el premio, dotado con 400.000 euros.
Y así fue como una preocupación excesiva por unos pacientes con los que establecía “una relación estrecha” llevó a uno de los descubrimientos epidemiológicos más importantes del siglo pasado y, sobre todo, a uno de los pocos que se ha traducido en una herramienta útil y accesible para acabar con lo que es una auténtica lacra en los países en vías de desarrollo, el cáncer de cuello de útero.
Sin embargo, su hallazgo sí fue reconocido por el premio más prestigioso, sólo que éste no recayó en su persona, sino en la del alemán Harold Zur Hausen, que recibió un tercio del premio Nobel de Fisiología en 2008, junto a los científicos que vincularon el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) al sida, Françoise Barré-Sinoussi y Luc Montagnier.
¿Por qué cree ella que no fue premiada por la asamblea del Nobel del Instituto Karolinska? A su juicio, no tuvo que ver con su condición de mujer -aunque reconoce que hay machismo en estos galardones-, sino porque el Nobel no reconoce los hallazgos epidemiológicos “sino los de laboratorio”.
Eso sí, comenta que la Sociedad Internacional de Epidemiología propuso su candidatura junto a la del científico alemán. Un investigador que define como “muy arrogante” y que ni la mencionó al recibir el premio. “Tampoco lo hizo con su equipo”, añade quitándole importancia al ninguneo.
Tumores en hielo seco desde Brasil
Desde fuera, parece muy difícil entender que premiaran a Zur Hausen antes que a ella. Cuenta Muñoz que, cuando ella empezó a buscar la causa del cáncer de cuello de útero la tesis que imperaba era que detrás de esta enfermedad estaba el virus del herpes. Los científicos se enfrentaba a una dificultad a la hora de demostrar esto, ya que “desde el punto de vista serológico era difícil diferenciar el herpes oral del genital”, porque no se diferenciaban bien los anticuerpos.
Algo cambió la corriente que imperaba en aquel momento y fue una llamada de un patólogo brasileño, Adonis de Carvalho, a la investigadora colombiana. En ella, el médico le decía a la investigadora -que ya trabajaba en la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer (IARC)-, que en la zona donde residía -Recife- había muchísimos casos de cáncer de cuello de útero, pero también de verrugas genitales, condilomas, una lesión que ya se sabía que estaba asociada al virus del papiloma humano (VPH).
Muñoz no dudó en coger un avión para investigar in situ una hipótesis que le sonó interesante. ¿Y si no era el virus del herpes el causante de ese cáncer tan común, sino que el agente detrás del mismo era ese VPH detrás de las verrugas? Para demostrarlo, hacia falta algo más que epidemiologia. “Me vine con decenas de tumores congelados, de útero, de pene, todas las muestras en cajas de hielo seco desde Brasil”, rememora.
Es entonces cuando entra en juego un Zur Hausen especializado en herpes que, hasta ese momento, vivía completamente ajeno al virus que le proporcionaría un Nobel décadas después. “Busqué a los que trabajaban con herpes -Zur Hausen- y con VPH-Gérard Orth, del Instituto Pasteur”, recuerda, “les mandé muestras, pero no se encontró presencia del VPH en las muestras; como tampoco se encontró herpes, esa hipótesis cayó“.
Años más tarde, se desarrolló un test para detectar fragmentos de ADN del VPH y se identificó éste en tumores de cuello de útero, el hallazgo principal de Zur Hausen. Eso supuso el pistoletazo de salida para que Múñoz y su mano derecha, el español Xavier Bosch -entonces en el IARC y posteriormente en el Instituto Catalán de Oncología-, pusieran en marcha los estudios epidemiológicos para demostrar la nueva hipótesis: que el VPH era más habitual en células de cáncer de cuello de útero que en las de tejido sano.
Estos se llevaron a cabo en España y en Colombia. “Pero no porque nosotros fuéramos de estos países”, bromea, “sino porque en el primero la incidencia era muy baja y en el segundo, muy alta”. Fruto de aquel primer estudio -publicado en International Journal of Cancer-, que comparó la presencia del VPH en 500 mujeres con cáncer de cuello de útero y 500 sanas, la conclusión clara de que el patógeno era la causa principal de ese tipo de tumor.
La odisea en busca de la vacuna
Después de ese primer artículo vinieron muchos más, en otros países y distintos continentes. Había que afinar el hallazgo y saber cuáles de los 14 tipos de VPH identificados en aquel momento eran más oncogénicos. También lo lograron y eso fue clave para que las compañías farmacéuticas lograran fabricar una vacuna eficaz.
Sin embargo, Muñoz pudo haber tenido un papel mucho más primordial que los laboratorios en el desarrollo de la vacuna y sólo 100.000 dólares la separaron de ello. “Cuando estuve convencida de la relación causal quise participar en el desarrollo de la vacuna, pero fue justo cuando cambiaron las normas para fabricar vacunas, que había que desarrollar a partir de entonces en un laboratorio con certificado de good manufacturing practices”, apunta.
Eso encareció muchísimo el procedimiento, que hasta entonces era mucho más barato. Por eso, años antes una entidad pública como el Instituto Pasteur de Francia había podido desarrollar la vacuna de la hepatitis B. Muñoz no se rindió y buscó centros públicos donde tuvieran ese tipo de instalaciones, sitios que a priori fueran más accesibles.
“Lo primero que pensé fue en Cuba, donde nos recibió el médico Agustín Lage, un cargo de mucha confianza de Fidel Castro; allí, nos dijeron que nos ayudarían a hacerla, pero que necesitaban 200.000 dólares; el presupuesto completo de mi equipo eran 100.000″, recuerda la epidemióloga. Tampoco se rindió a este contratiempo y solicitó una ayuda pública. “Nos la negaron, seguramente se la dieron a los que acabaron desarrollándola”.
También viajó a Brasil, donde también recibió palabras alentadoras de sus autoridades sanitarias. No sólo estaban dispuestos a aportar esos 200.000 dólares, sino que duplicarían la cifra necesaria para el desarrollo de la vacuna. Pero un cambio de Gobierno dio al traste con los planes y Muñoz -y, sobre todo, la sociedad- no podía esperar más.
“En 1994 organicé la primera reunión científica sobre vacunas para el papilomavirus; ya había avances en este campo, porque ya se estaba trabajando en ello en animales, también afectados por el virus”, comenta la investigadora. A esa primera reunión, como a las posteriores, acudirían ya los laboratorios farmacéuticos, dos de los cuales acabarían desarrollando las vacunas hoy comercializadas, Cervarix y Gardasil.
“Hubiese sido más barata, sí”, concede Muñoz cuando se le pregunta sobre qué hubiera pasado si hubiera tenido esos 200.000 dólares que le pidió Cuba en un primer momento. Pero la investigadora se niega a condenar el precio establecido por los laboratorios cuando finalmente lograron comercializar el fármaco preventivo, en 2006. “Es muy caro desarrollar una vacuna“.
Ni seguridad ni precio
De hecho, Muñoz rechaza cualquier polémica relativa a la vacuna, que a lo largo de su historia ha sido criticada por su elevado precio -sobre todo al principio- y por acusaciones con respecto a su seguridad. “Ésta se ha demostrado en estudio con millones de personas y se ha comprobado que no hay asociación ni con enfermedades autoinmunes ni con esclerosis múltiple, que no hay diferencia entre mujeres vacunadas y no vacunadas”, resume.
Aunque reconoce que “es posible” que el precio inicial de la vacuna fuera algo elevado, la epidemióloga colombiana prefiere centrarse en lo positivo, como las negociaciones que permitieron a la Organización Panamericana de la Salud (OPS) a a la alianza GAVI ofrecer la vacuna a precios hasta siete veces más bajos en países pobres que en los desarrollados.
Además, Muñoz destaca que esos costes pueden disminuir en un futuro cercano. “Ya se ha demostrado que dos dosis de la vacuna protegen igual frente al VPH que tres, lo que ha hecho que se recomiende esta nueva pauta en menores de 15 años, pero ahora comienza un estudio patrocinado por el Instituto Nacional del Cáncer de EEUU que pretende demostrar que una única dosis es suficiente“, adelanta. Sin duda, si eso sucede los costes de la inmunización se reducirán notablemente.
Pero, más allá del precio, la investigadora colombiana tiene claro que la vacuna es la única herramienta -siempre en combinación con los sistemas de cribado o detección precoz- capaz de frenar el cáncer de cuello de útero. “Está claro que en más de 50 años no se ha logrado sólo con las citologías, sobre todo en determinadas áreas”, concluye.